martes, 10 de mayo de 2011

Historias de una indudable mente casta...Tengo una Duda












Mi nombre es lo de menos. No es que me llame Lodemenos, que por otra parte es un nombre genial. De hecho suena a héroe mítico de batalla griega: Lodemenos de Argos, por ejemplo. Lo que quiero decir es que no importa cómo me llamo. Bueno, a mí sí que me importa, pero en esta ocasión no viene a cuento.

Ocurrió, más o menos, hace un mes. Lo sé porque recuerdo perfectamente que me hallaba sentado, en la barra del bar Celona, bebiendo. Bebía en silencio, necesitaba algo de tranquilidad. Alejado del ruido y el bullicio, me pareció muy oportuno y apropiado pedir ron Nogrita. En ocasiones olvido que bebo para olvidar mi problema con el alcohol y la falta de memoria. Me hallaba enfrascado en mis pensamientos, cautivo por un tan repentino como inusual y lúcido destello de fervor místico-gastronómico. Recuerdo que trataba de encontrar el nexo común al arrepentimiento, la resurrección de la carne y la docena y media de chuletas de cordero que había cenado la noche anterior. Estaba a punto de dar con la clave de la encrucijada a la que mis propios pasos mentales me habían conducido cuando de repente me asaltó una Duda. Fue por la espalda. Un ataque limpio, una acometida certera. En unos segundos la Duda se había adueñado por completo de mí, tomando desde ese mismo instante, las riendas de la situación. No era una duda cualquiera. Tampoco lo era lechera. No. No era esa clase de duda. Era, más bien, una duda con clase. Durante unos minutos me tuvo a su merced. Afortunadamente resultó ser una duda razonable y acabamos alcanzando un compromiso. Fijamos la boda para el mes siguiente. Sin duda, una nefasta idea. Sin embargo, es decir, al corriente del pago de la hipoteca, seguimos bebiendo, ahora juntos y entre risas, para celebrar nuestro dudoso y desesperanzador enlace.

Ignoro cuanto tiempo transcurrió. Tampoco recuerdo cómo llegué a casa, pero el caso es que sé que la Duda me acompañó en cada momento, no me cabe la menor duda. ¿Debería ponerme calcetines para dormir?, ¿pasaría frío?, ¿me apetecería leer?, ¿era buena hora para poner una lavadora? Ni idea. No era capaz de encontrar respuestas a las cuestiones más triviales. Decidí acostarme con la Duda para, de ese modo, consumar nuestra extraña relación. Sin duda, o mejor dicho, con ella, fue una noche memorable.

El alba me arrancó del profundo sueño en el que me hallaba sumido. O tal vez sería mejor decir sumergido, pues si no recuerdo mal, me encontraba en la playa, tratando de salir a flote, luchando por no perecer ahogado en un mar de dudas. Al despertar me sorprendí pensando en René Descartes. Supongo que nadie mejor que él consiguió “descartar” sus dudas. A decir verdad, me vino a la mente su conocido, aunque para mí dudoso, Método, un Discurso en el que expone, con exquisita ambigüedad y una elaborada prosa enrevesada, una serie de artimañas manifiestamente rocambolescas para tomar conciencia de su propia existencia. “Cogito ergo sum” o “Pienso, luego existo”. Racionalismo en estado puro. ¡Y una mierda! ¡Qué disparate! ¿En qué coño estaría pensando? Se nota que en el siglo XVII no había programas del corazón ni prensa rosa. Afirmar que la existencia de una persona depende de su capacidad para pensar es tan inaudito como sostener que las mañanas de Telecinco apuestan por la cultura. ¿Alguien duda de la existencia de Ana Rosa Quintana o de Belén Esteban? ¿Alguien cree que piensan? Señoría, no hay más preguntas.

En algún momento de la mañana, mientras dudaba entre desayunar en casa o de camino al trabajo, lo comprendí todo, o al menos eso creí entonces. Comprendí que la Duda era necesaria. No en vano, la duda es la sal de la vida. Ésta no es una afirmación gratuita. Imagino que todos habréis estudiado algo de química inorgánica, por lo que sabréis que el nombre científico de la sal el clodudo de sodio.

Los días que sucedieron a nuestro primer encuentro sirvieron para estrechar, más aún si cabe, los lazos que me habían unido a la Duda. Descubrí de ese modo, que procedía de una familia de dudosa reputación. Según parece, aunque de origen campesino, pues en el pasado fue una familia que sembraba dudas, en la actualidad, tal y como me confesó, dirigen un grupo empresarial que arroja pingües beneficios. Me pareció entender que se referiría al beneficio de la duda, ya que me pidió que se lo concediera. Me habló de sus inversiones en Duda Pública, pese a la desconfianza que genera y a la incertidumbre actual que planea sobre el Tesoro. Según me dijo, ahora, más que nunca, había que estar a las dudas y a las maduras. Supongo que no estaba bromeando cuando me lo comentó, ya que, al parecer, existen serias dudas sobre la cuestión.

Sin ningún género de dudas, ella era mi Duda del género femenino, o al menos eso me pareció en ese momento. Ahora no estoy tan seguro de ello. De hecho, no quiero que la Duda vuelva a entrar en mi vida. No hay sitio para ella, no me cabe duda alguna ya. ¿Sabéis por qué? Pues os lo voy a contar. El día de nuestra boda no se presentó. Yo lo tenía clarísimo y supongo que, consecuentemente, mis dudas desaparecieron por completo, llevándose consigo a la que tanto quise. Pude comprobar y comprender, tan sólo entonces, el motivo por el que se suele decir que la duda ofende.

Ahora ya no tengo dudas. No pienso las cosas. Tal vez no exista, pero no me importa. Si algo he aprendido de esta historia es que si bebes, no con dudas.



5 comentarios:

  1. jajajaja buenísimo, me lo llevo a http://misspubis62.blogspot.com

    abrazobeso de luz desde Chile, Ro

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  2. Sin duda, una indudable reflexión de dudosa reputación...
    Tu dubitativa hermana

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  3. Miguel, me has hecho dudar. Estupendo artículo. Pero que no sea una mar de dudas.


    Charles Hume

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  4. Jajajaja...Muy bueno Miguel...

    La sombra de la duda cae sobre nosotros...y su forma muchas veces es demasiado puntiaguda...¿o NO?...jajajaja

    Ni lo dudes por un momento, mi beso, el que te doy es de verdad...jajajaja

    No me has contestado al premio...

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  5. Jo, yo que pensaba que Descartes iba a ser el padrino de la boda. Me ha encantado.
    Paz.

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