lunes, 22 de agosto de 2011

Sucesos par(i)dos…Por los pelos





-Camarero, tengo varios pelos en el rabo.
-Disculpe que no me entusiasme su incipiente virilidad, pero resulta que tengo mucho trabajo.
-No, no es eso. Digo que hay varios pelos en mi rabo de toro.
-La distribución capilar de su miembro masculino, por muy bravo que sea el mismo, es algo que no me incumbe, señor.
-No me ha entendido. Le digo que he descubierto tres pelos al lado del rabo de toro que me ha servido.
-¿Al lado?, ¿de dónde?
-Pues imagino que de alguna de sus cabezas, o al menos eso espero.
-No le preguntaba por la procedencia de los pelos, sino por su ubicación.
-Están en mi plato de comida.
-Eso debería probarlo.
-No creo que me guste.
-Quiero decir que necesito pruebas o que lo demuestre.
-Aquí están, entre el rabo y esta patata.
-Yo no los veo.
-Tendrá usted mal la vista, pero le aseguro que están ahí.
-Ya sé que tengo mal la vista, pero eso no demuestra nada.
-Vamos a ver. Hay tres pelos en mi plato de comida, se lo aseguro.
-¿Y qué quiere que haga yo?
-Que me lo cambie.
-¿Qué clase de cabello prefiere?
-No quiero que me cambie los pelos, sino el plato.
-¿No le gusta el diseño del plato?
-El problema no lo tengo con el plato, sino con los pelos que he encontrado.
-Entonces, ¿por qué quiere que le cambie el plato?
-Me da un poco de asco.
-¿El plato? Le advierto que son todos iguales…
-No. Me dan un poco de asco los pelos que tengo.
-Pues láveselos más a menudo. ¿Utiliza acondicionador para cabello graso?
-Oiga, yo no tengo ningún problema con mi pelo.
-En ese caso no sé a qué viene tanta queja.
-Para ser usted tan imbécil parece bastante profesional.
-Gracias, aunque no sé cómo tomarme eso.
-Como un insulto.
-De acuerdo, sólo quería confirmarlo.
-Bien, ¿me va a cambiar el plato o no?
-Cuando lo pruebe.
-Mire, lo siento, no creo que pueda demostrar la existencia de los pelos si usted no colabora.
-Me refiero a que lo pruebe, tal vez no esté mal de sabor.
-No creo que sepa bien lo que me propone.
-Quizás sí sepa bien, aún no lo ha probado.
-Digo que no tiene usted ni idea. No sepa de saber, no de sabor.
-Hombre, no se precipite, no sabe a qué sabe. Además, quién sabe, tal vez el pelo pertenezca al propio rabo del toro. En ese caso estaría incluido en el menú, ¿sabe?
-Llámeme escéptico, pero unos cabellos de 30 centímetros de longitud y de color rubio platino no creo que sean de toro.
-Nunca se sabe, podría tratarse de un toro muy coqueto y sofisticado.
-Oiga, creo que me está usted tomando el pelo.
-Le aseguro que no, tiene usted una seborrea poco apetecible.
-Tomar el pelo es una frase hecha, ¿sabe lo que significa?
-Que es una frase poco cruda o bien cocinada.
-Sigue usted tomándome el pelo, ¿lo ve?
-Le aseguro que sigo sin verlo, ya le dije que tengo mal la vista.
-Mire, déjelo. Retíreme el plato. Después de comer el rabo de toro, ¿qué viene?
-La digestión del rabo de toro, señor.
-Me refiero a si tiene algunos segundos.
-Me temo que ya le he dedicado demasiado tiempo a usted. Minutos más que segundos, diría yo.
-Quiero decir si tiene segundos platos.
-¡Ah! Sí, tenemos medallones de ternera mechada.
-¿Mechas?
-Señor, le echo la cantidad que usted desee, pero no me sea impaciente…
-No me refiero a eso. Da igual. Tráigame algo para beber mientras tanto.
-¿Mientras qué?
-Tanto.
-¿Tanto qué?
-Tanto da.
-¿A qué tanto se refiere?
-No está usted al tanto.
-La verdad, no tanto.
-Tanto monta, monta tanto.
-Déjese de tanta tontuna, ¿qué coño desea para beber?
-Agua.
-¿Alguna en especial?
-No, simplemente un agua rica.
-¿La quiere del desagüe del fregadero o la prefiere directamente de la fosa séptica?
-¿Cómo dice?
-El agua, usted ha pedido que sea guarrica.
-No me ha entendido. Rica, he dicho rica. Un agua rica, no una guarrica. ¿Comprende la diferencia?
-Ahora sí.
-De acuerdo, pues tráigame un vaso.
-¿Lo desea lleno o vacío?
-Lleno, por favor, de agua limpia de manantial.
-Mire, por la zona no discurre ningún cauce fluvial, si no le importa el agua será de botella.
-De botella estará bien.
-¿Gas?
-No, mejor líquida.
-¿Hielo?
-No coño, ya se lo he dicho, la quiero en estado líquido.
-Disculpe, pero el agua que tenemos es mineral.
-Bueno déjelo, tráigame un café.
-¿Cómo lo quiere?
-Solo.
-Lo siento, pero no podemos desalojar el comedor por el simple capricho de un cliente egoísta y desequilibrado en busca de soledad.
-Me refiero a que quiero el café solo, sin nada.
-Supongo que sin nada, pero con café.
-Claro.
-Entonces será un café con café.
-Eso mismo.
-Un café doble entonces.
-No. Sólo un café solo. De Colombia, a ser posible.
-No es posible. El café es del supermercado, señor.
-Pero supongo que tendrá un origen.
-Sí señor, todo tiene un origen, un fin y una razón de ser.
-Tiene usted razón, aunque ignoro cuál es su razón de ser. Me bastará con que me sirva un café solo, del supermercado y sin pelos.
-¿Qué pasaría si encontrara pelos en el café?
-Que se le iba a caer el pelo a alguien.
-En realidad eso sería la causa, no la consecuencia, ¿no cree?
-Me cae usted mal.
-¿Qué insinúa?
-No insinúo nada. Afirmo que no me gusta nada su naturaleza humana.
-Lo imagino, no tengo ni un pelo de Toronto.
-Querrá decir de tonto.
-No, no, de Toronto. Tengo pelos de Vancouver y de Ottawa, pero de Toronto no. De tonto sí que tengo, se lo estoy tomando a usted en grandes cantidades.
-Haga usted el favor de traer el libro de reclamaciones.
-Le recomiendo cualquier otro tipo de literatura.
-¡Bueno, ya está bien! ¡Estoy harto! ¡Me voy!, ¡dígame qué le debo!
-De acuerdo. Serán 499 euros.
-¡¡¿Está usted loco?!!, ¡¿casi 500 euros?! ¡¡¿Por qué?!!
-Por los pelos, señor, no son 500 euros por los pelos.
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